miércoles, 8 de julio de 2009

Esteban Jaimez - "EL CENTRO DEL UNIVERSO"

Cuando Claudio Tolomeo entró por primera vez en la Biblioteca de Alejandría pensó que quizás estaba en lo cierto: el centro del Universo bien podía figurarse entre esas paredes que cubrían lo que la humanidad particular de Claudio consideraba como la sabiduría de la humanidad toda.

Tolomeo, como era natural creer en ese entonces, escribió que el centro inamovible del Universo era la tierra. Así hizo girar todos los astros a nuestro alrededor, el “nuestro alrededor” de la época de Tolomeo.

Entre los muros de la Gran Biblioteca supo Claudio que, de todos los universos posibles, el único habitable, el único probablemente real, era aquel que se resumía al interior de esas grandes puertas de la sabiduría.

Lo mismo hubiera dado que se encontrara en el Mato Groso o en medio del Desierto del Sahara; donde estuviera sería el centro, porque en verdad, la idea de centro no es extensa sino acotada a la realidad que nos significa.

Cuando uno vive, o mejor dicho para dar la idea exacta del movimiento que esto implica, cuando uno va viviendo cada hora de cada día, también siente lo que Tolomeo.

Revolvemos el café de la mañana y salimos al patio con la tasa. Y esa es la única tasa en el mundo en el único patio del mundo. Comenzamos a organizar nuestro día a partir de nuestro patio y su taza.

A su vez, el patio se amplía en la casa que lo ha creado. Y esta última, en la manzana de un barrio único en una ciudad única. Perplejos, en el recorrido de regreso a nuestra realidad pequeña, caemos en la cuenta de que esta ciudad contiene entre sus barrios, una casa con patio y tasa.

Inmediatamente, lo que nos resta es mirar el asa y advertir, asombrados, que el café es sostenido casi directamente por una mano, que es la nuestra.

No obstante la existencia de innumerables patios, hay uno en Rosario que es innumerable, infinito, y contiene todos los posibles patios en su resumen. Suelo visitarlo precisamente para sentirme el centro del universo, aunque le falte siempre mi tasa del café matinal.

La ausencia de café amaneciente y metafísico se compensa con amigos nocturnos que sintetizan el universo, como si cada uno portara su café en su tasa de patio de barrio único.

La realidad es que, cuando nos encontramos allí, todos nos transformamos en el centro del universo en ese patio de Bº Belgrano, sin interferir el centro de otros patios que contengan otras importantes tasas para el desarrollo de la humanidad.

Cuando lo habitamos creemos en Tolomeo y su sistema; la armonía es perfecta: la tasa troca en vaso, y somos muchos girando en la órbita del oeste. No hay más que eso. Ni menos.

Cosas que aprendimos de a poco, esencia de un movimiento continuo, de un proceso imperceptible de crecimiento que nos tranquiliza. Estamos a salvo en ese patio, todo transcurre en calma.

Se suceden las palabras y los silencios. La paz, que sólo a veces se perturba por el paso raudo de una gata que se llama Lucrecia, nos indica que quizás estamos en lo cierto.

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