lunes, 29 de junio de 2009

Esteban Jaimez - "ABRACADABRA (Iré creando conforme hable)"

“Dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz.”
Génesis, 1:3

“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” G. García Márquez, “Cien años de soledad”

Darle nombre a las cosas es crearlas, porque es claro que todo cuanto no pueda ser nombrado carece de existencia. Las cosas son ellas y sus apelativos; las personas son, a demás de sí mismas, su propio nombre. Pedro y María son lo que vemos y lo que decimos al llamarlos.

No obstante, se abre una brecha entre el nombre y la cosa, entre la persona y el nombre, ya que ni las cosas ni las personas son los sonidos que las evocan. Y además sabemos, en nuestras mentes atribuladas de ruidos y designaciones, que alguna vez reinó el silencio, o algo parecido a una calma aburridísima.

En los tiempos en que la brecha entre las cosas y su evocación era tan amplia que las conversaciones quedaban suspendidas en la brevedad angustiosa de unos poquísimos vocablos o en la prolongación oscura y pesada de los silencios, hubo quienes emprendieron la hazaña de configurar lo que hoy conocemos como “el mundo”.

Tengo la certeza de que fue algún mago quien inventó las formas de hacer aparecer, así como un conejo en la galera, un gato en el gato, una flor en la magnolia y un pájaro en las alas y el trino. Sin las voces no serían posibles los trucos.

Me imagino al primer mago inventando los nombres de todas las cosas. Supongo que habrá comenzado por lo fundamental, y de allí habrá elevado esta pirámide, o mejor, esta hélice, que es el lenguaje y la fascinación que produce.

Primero habrá dicho “varita” y luego “mágica”. Habrá pensado que sonaba bien ponerle “pañuelo” al pañuelo; y habrá sonreído. Y luego de muchas otras palabras inventadas, seguramente las resumió, tras sonreír nuevamente, diciendo “truco”.

En esa dirección; ¿qué es verdad y qué mentira? El hecho de que una paloma salga volando de una cajita no tiene tanto que ver con sus pericias aéreas como con que creamos que una caja pueda ser el principio de un ave. Esto lo pensó el mago muy bien, y dijo: “ilusión”.

Y la violenta verdad es (hay que decirlo aunque duela y para insistir en esta vocación de seguir nombrando para crear) que nos gusta ser engañados de ese dulce modo: buscamos en el mago a quien nos haga ver lo que no es posible en la realidad. Más bien, lo que no es posible en “nuestra” realidad. Vivimos más por las ilusiones que por la concreta consistencia de nuestros alimentos. Tanto es así, que hemos inventado la cocina para conjurar los sabores.

Por otro lado, estamos de acuerdo en que lo imposible es, simplemente, imposible. Pero también debemos admitir que ese es un concepto muy elástico para la magia. Y atendiendo a que todos los orígenes son, en definitiva, la reproducción del primero, supongo que fue el mismísimo Dios, en un acto de rebeldía y por puro aburrimiento, quien inventó la palabra “mago” para que el mundo de las palabras sea.

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